VICENTE BLASCO IBAÑEZ (1876-1928)
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Vicente Blasco Ibañez
(1876-1928) fue iniciado en 1887 en
la logia Unión nº 149 con el nombre de «Danton».
En 1888, ya maestro masón, ingresa en la logia Acacia nº 25
oficiando como Orador |
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Nació en Valencia en 1876,
estudió derecho. Mientras se preparaba para ser abogado se afilió al
partido republicano de Pi y Margall.
En 1887 es iniciado en la
masonería en la logia Unión nº 149 con el nombre de «Danton».
Un año después lo encontramos en el taller Acacia nº 25 como
maestro masón y Orador de la logia. A partir de 1894 su presencia
pública se acentúa al fundar y dirigir el diario republicano El
Pueblo. En estos años iniciales de El Pueblo se produce su
desvinculación de la masonería. Su baja se produce el 1 de abril de
1895. Sin embargo, no parece muy probable que se alejara de unos
ideales que habían sido los suyos durante siete años.
En 1898 es elegido diputado a
Cortes por la circunscripción de Valencia y repetirá escaño en las
legislaturas de 1899, 1901, 1903, 1905 y 1907. Se traslada a Madrid en
1904 donde continúa publicando novelas de crítica social. Pero en 1908
renuncia a su acta de diputado para retirarse de la política activa y
emprende un viaje a las repúblicas de América del Sur. Regresa a
Europa para establecerse en Francia. Allí escribió reportajes sobre la
Primera Guerra Mundial y las novelas Los enemigos de la mujer y
Los cuatro jinetes del Apocalipsis, obra que le abrió el
mercado literario y cinematográfico de los Estados Unidos.
Sus últimos años estuvieron
llenos de reconocimiento público. Fue doctor honoris causa por
la Universidad de Washington. Falleció en Menton (Francia) en 1928.
Extractado de:
Eugènia Ventura Gayete (Universidad de Valencia), “Aurelio Blasco
Grajales, Vicente Dualde Furió y Vicente Blasco Ibañez: masones y
periodistas”, en J. A. Ferrer Benimeli (coord.), La masonería
española en el 2000 una revisión histórica, IX Symposium Internacional
de Historia de la Masonería Española, Zaragoza, 2001, vol. I, pp.
395-406.
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Alberto Carsi Lacasa, simbolico
canopus grado33 junto a su mujer Pilar Blasco Ibañez y una columna
de obras de su hermano Vicente
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Artículo de Manuel Tobert publicado en
El Pueblo el 1 de noviembre de 1933:
“Recientemente la estulticia
malintencionada de un escritor vendido a la maledicencia, tuvo uno de
sus gestos mercenarios que le acreditaron siempre de equilibrista de
mano tendida en espera de la consabida propina y buscón trasnochado de
sospechosas oportunidades periodísticas. El tal ochocentista de capa y
sable que se llama din Ramiro, quiso con malas artes desvirtuar el
concepto laico de Blasco Ibáñez en la desdichada forma que se sabe y
cuya falsedad el mismo episcopado de Menton puso de relieve
atestiguando de modo indudable y documental los detalles que rodearon
la muerte del llorado Maestro.
Blasco era masón. Blasco no
era católico. Y no es que las dos cosas sean antagónicas. Sabido es
que la masonería admite en su seno todas las religiones y todas las
políticas. Pero el poder tiránico de Roma no se aviene de ningún modo
con esta exquisita tolerancia de los francmasones y les tiene a todos
excomulgados. Blasco, por pertenecer a la masonería, estaba en esta
situación. Más en honor a la verdad es preciso decir que antes de ser
masón ya estaba fuera de la religión católica. Su famosa obra La Araña
Negra, desagradó tanto a la curia eclesiástica, que la excomunión no
se hizo esperar. A los ocho días de publicada su novela, Blasco
recibió la noticia de esta declaración de guerra y sonriente,
respondió: ! antes les he excomulgado yo a ellos! . Fue después cuando
Blasco fue iniciado en la orden masónica y debe decirse para que
llegue a conocimiento del público en general, que en ella se acreditó
a los diecinueve años de edad, como el orador ponderado, justiciero y
liberal que arrebató luego a las masas y con su escuela masónica en el
decir, su verbo cálido de ferviente revolucionario y la recta
sinceridad de su espiritualidad grande, libre y romántica, hizo esta
Valencia republicana, que es hoy una de las garantías más firmes que
se ofrecen a la continuidad del actual régimen. Su depurado espíritu
masónico se revela en sus más celebradas producciones literarias. La
Catedral, El Intruso y Entre naranjos, pertenecen a esta época. Su
célebre cuento La pared fue leído en una sesión solemne y los masones
de su logia le abrazaron conmovidos por la percepción humana y
realista del gran escritor. Los dolores del pueblo que sufre la
opresión de los insensatos egoísmos de las clases poderosas,
encuentran en sus obras el eco masónico de una crítica acerba y de un
enjuiciamiento severo e imparcial.
La masonería española, que
tuvo en sus reuniones el apoyo y el concuerdo de grandes figuras de la
literatura, como Zola, quedó asombrada ante el jovenzuelo que llegó a
ella en los albores de su gloria literaria y deslumbró a los viejos
francmasones con la revelación sublime de su gran corazón, fiero,
leal y honrado.
Un rasgo solo para terminar hará
comprender como Blasco era de hombre y de masón.
La masonería, entre sus cláusulas
perentorias, establece que ningún masón pueda admitir el duelo. Está
terminantemente prohibido atentar contra la vida de los demás hombres
por ningún medio ni concepto. Blasco quedaba obligado a esta
condición. Y sucedió que en el fragor de su lucha política, fue retado
a singular combate a muerte por el capitán Arias.
Sus enemigos, todo lo que hoy forma
esa caverna dispuesta a canonizarle como santo si hubiese podido hacer
tragar el paquete de su mentida conversión, le insultó cobardemente,
con ferocidad inaudita, deseosos de que el capitán, que tenía fama de
gran tirador, diese muerte al enemigo formidable que se alzaba contra
ellos y contra sus procedimientos. Era preciso acabar con Blasco. Era
preciso ponerle frente a las armas homicidas del insensato capitán.
Toda Valencia fijó su vista en Blasco Ibáñez.
Era un momento supremo. Si Blasco no
aceptaba el duelo, quedaba muerto políticamente, pues en aquel
entender se creía en el honor de un balazo más que en las
conveniencias naturales y lógicas de los sentimientos de humanidad. La
hidra cavernaria vomitó pestes, injurias y denuestos. Blasco no dudó
un momento. La causa de la Libertad y de la Justicia, el bien de la
Humanidad le hicieron su paladín. El pobre pueblo inocentón y bueno
que le seguía fielmente, tembló por lo que pudiera ocurrir. Blasco fue
el hombre que las circunstancias demandaban. Blasco aceptó el reto y
dejó de ser masón. Más llegado al campo llamado del honor, su
educación masónica, el recuerdo de las doctrinas de la orden que
encontraron en la bondad de su carácter valiente, heroico y abnegado
campo fértil para todas las germinaciones de sacrificio, se comportó
como un masón perfecto y disparó al aire atenido a la obediencia que
había jurado, mientras que la bala de su adversario rebotó en la
hebilla de su cinturón y milagrosamente le salvó la vida, pues la
herida, por su trayectoria que seguía la bala asesina, hubiera sido
mortal de necesidad”.
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